25 mayo, 2010

Te quiero, y punto.

¿Sabes qué? Me encantan tus besos sabor a limón, y tu espalda quemada. Tu cara de mañoso insoportable no puedo resistirla y tus ojos teñidos me vuelven loca. Diría que, cada vez que te veo, se me caen las bragas, pero no sería lo correcto o adecuado para una señorita como yo. Aunque llegues tarde, siempre recuperas el tiempo perdido, las caricias que parecen quedarse en tus manos abandonadas mucho rato vienen a mí tarde o temprano y tus labios me buscan hasta que me consiguen. Tienes la extraña manía de querer demostrar nuestro gran amor en público, y creo que es porque sabes que yo no puedo evitar ponerme roja como un tomate. Ha llegado a enamorarme esa parte de ti. No puedo oponer resistencia a tus llamadas casi a la una de la madrugada, ni a tu voz de dormido cuando te despiertas la siguiente mañana. Me asombro porque tienes algo nuevo todos los días para mí. Te acercas a mi casa a las nueve de la mañana un domingo, sabiendo que así te ganas el cielo. Te ríes de mis discusiones y me encierras en tus brazos, inventando diálogos de esos que salen en las películas. He llegado a la conclusión, demasiadas veces, de que podría vivir sin ti, aún siendo difícil; sin embargo, no. No me gustaría estar sin ti. Porque me faltarías al respirar. ¿Sabes qué? Te quiero, y punto.

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