05 mayo, 2010

Espiral.

Me dí cuenta de que estaba tan lejos que era imposible que me alcanzaras con la mano. Tú tampoco te esforzabas mucho, me dejabas libre, me permitías escapar, pero ¿por qué? ¿Por qué razón no luchabas por mí? Optaste por quedarte quieto en tu posición, sin mirarme, frío y demasiado visible para mis ojos, que comenzaban a echar lágrimas como si el mundo se acabase. Y es que, en cierto modo, se terminaba. Finalizaba todo aquello que había soñado, esos pequeños detalles de una vida a tu lado. La mariposa agitó las alas intentando salvarme, sin percatarse de que, a cada uno de sus aleteos, yo moría un poco más dentro de esa espiral en la que me había metido. Logré sacar los dedos de ese agujero y grité. Aullé tu nombre, una y otra vez, y otra vez. Tenías que oírme porque, con eso, era suficiente para que te decidieras a escucharme. La música que, algún día, fue nuestra, comenzó su melodía en mi cabeza, taladrándome los oídos. Chillé más fuerte. Nuestra fecha, nuestros abrazos, hasta conseguí murmurar nuestros besos. Jamás me había sentido tan estúpida, nunca me había costado tanto levantarme de una caída.

No hay comentarios:

Publicar un comentario