05 mayo, 2010

Playa.

Te besé bajo ese Sol que se apagaba poco a poco entre nuestras manos, que rozaba la arena que manchaba nuestros pies descalzos. Corrí con mis dedos por tu cuello, me paré en seco en tu boca, esa sonrisa que me observaba con el aliento cortado y el sabor de mi lengua todavía metido en su memoria. Querías más, siempre deseabas más de lo que era capaz de darte. Te toqué los labios, eran tan suaves como la brisa que separaba nuestros cuerpos. Acerqué los míos, esperando, a cada instante, un movimiento de los tuyos que hiciese que se me acelerara el corazón, el cual todavía estaba saltando por el agua, jugando al escondite con el tuyo. Llené tus ojos verdes pardos de ilusión, de alegría y de pasión, tanta como pude para demostrarte que, lo que me pertenecía a mí, era para ti también. Mis manos danzaban sobre las tuyas, con un baile inusual, formando ondas perfectas compuestas de absurdo frenesí y ganas de verano. Fue una explosión de sensaciones, volver a sentir tu piel sobre la mía con el calor y el olor de la playa pegado a tus huesos.

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