24 noviembre, 2010

Anaiss

Tiene andares de gata, pero es un poco princesa. Le gusta bailar y beber. Tequila tras tequila se quita la máscara de tristeza y, frente al espejo, se maquilla los ojos, que se mueren por un dueño, para que no se note tanto, para parezca casualidad que su mirada se encuentre con otra. Todos observan con deseo lo que no podrán poseer nunca, pues ella sabe controlarse y elegir detenidamente. Ella tiene una ligera idea de lo que quiere llevar a su cama de cristal, donde guarda su corazón entre espinas de hielo pinchado, para que no se escape a buscar a otro que no la sepa querer. Ah, hay que conocerla bien para decir qué narices le hace ser tan diferente. Va de fuerte, y es la más frágil. Se tiñe de acero y, luego, se derrite en tus manos como chocolate. Es todo dulzura, todo pasión, todo sonrisa. Sólo hace falta dejar de mirar sus andares para darse cuenta de que está hecho para ser una princesa.

Paolis

Tiene las gafas más geniales del mundo, y una nueva manía relacionada con sus uñas. Su hiperactividad me da ganas de saltar, gritar, cantar y, por supuesto, sonreir. Ella es... Nadie es como ella, con lo que no existen comparaciones posibles. Todavía retiene en su personalidad una pequeña parte de locura que todos quieren robar, porque aún no ha perdido el sabor de la infancia, la embriaguez mientras se está sobrio. Me encanta Paola porque tiene diecisiete años y no quiere crecer, al contrario que el resto de la población.

14 noviembre, 2010

Escribe mientras tengas tinta.

Prometí escribir día a día y, cada semana que pasa, me cuesta más seguir con la rutina. Se me terminan los temas y empieza la monotonía en mis cartas. Mis argumentos desaparecen detrás de una fina nube de tachones de bolígrafo cansado. Mi vida es aburrida y así lo reflejan mis palabras sin sentido. Están sucias, borrosas, gastadas por el uso. No quieren salir de mi mente vaga y estúpida. Mi memoria se destruye a velocidad insospechada y mis dedos no reciben órdenes ya, sólo me piden que pare, que me quede quieta, que no piense. Ni siquiera la música saca lo que hay dentro de mí. Nada queda de aquellos días en los que mis manos estaban ansiosas por coger un lápiz y ponerse a escribir, redactar cualquier cosa, incluso un relato poco coordinado. Las flores de mi corazón se agotan como las ideas en mi cabeza. Lo que más me fastidia es que no puedo hacer nada para evitarlo. Nada.

Cárcel

Ésto es una maldita cárcel. Decorada, con matices arcoiris, pero una cárcel. Lo peor de todo es que se mueve conmigo, y es de cristal. Lo peor es que no me había fijado hasta que un rayo de Sol le dio de lleno y se reflejó en el escaparate de una tienda de la ciudad. Agh. ¿Por qué tengo que estar encerrada en esta mierda de realidad? ¿Por qué no puedo escapar y liberarme de... Todo?

Noche cerrada.

Removí entre mis dedos aquellas llaves. La noche era bien cerrada y llovía. No había estrellas y hacía frío. Un frío aterrador. Mi boca expulsaba aliento y, con él, sin querer, el calor. Mis huesos me llamaban a caer al suelo. No quería volver a casa. Allí estabas tú.

Domingo de otoño.

Otro domingo, otra vez lluvia sobre el ventanal, horas interminables, gris infinito. Vuelven las preguntas, los vientos fuertes y el ala leve de la depresión. Regresan los negros, morados, rojos y marrones a tu armario. Lo único que no cambia es tu pijama, gastado de estar en casa. Otro domingo imposible, pero cierto. Otro otoño que parece invierno.

Metáfora

Estoy aquí, acurrucada al borde de la cama. No quiero moverme. Por si me caigo en el intento, por si... Cambio de idea en el camino de ida. En cierto modo, es una metáfora que representa mi vida. No queiro dar un paso adelante porque tengo miedo a perder todo lo que tengo y... No conseguir nada.

Discusiones.

-Eres imbécil, de verdad que lo eres.
+Ya, cuéntame algo que yo no sepa.
-¿Por qué no te llevas mi corazón y me dejas en paz?
+¿Cuándo te enterarás de que tu estúpido corazón no me importa?
-¿Qué?
+Que ni tú, ni tu corazón de hierro, ni tus piernas kilométricas, ni tus ojos infinitos, ni tus labios sabor a tequila barato, ni tus lágrimas de cocodrilo, ni tu melodramatismo inventado me interesan.
-Pero... ¿Cómo te atreves a decirme éso?
+Porque es lo que pienso, y siento. Porque ya me has hecho mucho daño y tú... Tú no vas a callarme con gritos y sollozos otra vez.

Fuentes.

Me aproximé a la fuente, con aire distraído. Era un amanecer azul claro, sin amarillos ni rosas, limpio de nubes. El agua era cristalina y parecía fresca. Me senté al borde y saqué de mi bolsillo la pequeña moneda que había estado guardando durante toda la semana. Recordé quién me la había dado, para que la protegiese y pidiese un deseo aquel domingo, a las siete y media de la mañana. Tras varios minutos pensando, decidí que no debía tirar el céntimo, pues yo no era nadie para desear en nombre de otro. Volví a meter la moneda en mi chaqueta y observé el pequeño lago, montado en una estructura de mármol en mitad de la plaza. Oí unos pasos, pero no me giré. Me convencí de que no era nadie. Seguramente, pensé, era un mendigo, o un trabajador madrugador en aquella ciudad fantasma. Continué en mi ensimismamiento hasta que el desconocido comenzó a hablar:
-Ya veo que no eres capaz de pedir mi deseo -susurró.
No me volteé, ¿para qué? Ya sabía quién era. Me molesté. ¿Por qué me había mandado esa mañana, a esa hora, si él podía venir?
-No me creo con el derecho -respondí.
-Me lo prometiste -replicó.
-Tú también prometes muchas cosas, y no cumples ninguna.
Me agarró del brazo, sin mucha fuerza, para obligarme a mirarlo. Me enfadé más, y me zarandeé hasta que cesó en su esfuerzo.
-Era algo fácil de pedir -empezó, mientras se sentaba a mi lado.
-Para ti -contesté, alejándome un poco-. Es tu deseo. Yo no tengo por qué pedirlo.
-Y, ¿por qué has venido? -preguntó.
-Toma tu maldita moneda y tírala tú.
Enfadada, le devolví lo que me había confiado y me levanté. Pero él también se había incorporado, y parecía que no iba a dejar las cosas así.
-No lo entiendes -dijo-. Quiero que lo hagas tú.
-No. No voy a hacerlo. Olvídate ya.
-¿Por qué te resulta tan difícil? -exclamó.
-Porque no puedo, no soy capaz.
-Vamos, por favor,... -se burló.
-Que no -dije, molesta-, no voy a hacerlo. No puedo pedir una persona para ti. Empezando porque las personas no se piden con monedas.
-Hablas como si te hubiese pedido que le rogases a la suerte otra mujer. Y no. Te estoy pidiendo que te pidas a ti. Maldita sea.
-Y una estúpida fuente no va a darte lo que quieres -terminé.

Domingo por la mañana.

El sábado noche ha dejado huella en ti. Ya no estás hecho para estas fiestas, repites, vanamente. Mientras te levantas de la cama y te diriges al cuarto de baño, mil imágenes recorren tu cabeza. No sabes cuáles son reales y, cuáles, un sueño. Te miras al espejo y ves el reflejo de un post-adolescente dolorido, con los ojos enrojecidos y las ojeras pintadas hasta la boca. Abres el grifo y te lavas la cara. No recuerdas con exactitud a quién te llevaste a las sábanas. Quizás a nadie. El estómago te duele gracias a ese nosequé con falso tequila que te tomaste, por lo menos diez veces, ayer. La última fiesta a la que te apuntas, te dices. Pero tú y yo sabíamos que habría muchas más, por desgracia para tu hígado. Todo el cuerpo te cruje y los cigarrillos que se encontraron contigo en un bar te han dejado marcas en el brazo derecho. Abres la puerta de tu habitación, con miedo. Ya habías salido de allí antes; sin embargo, no te habías fijado en si había alguien a tu lado. Despejado. Bien. Te acercas a abrir la venta y subir la persiana. Hay que deshacerse del olor que desprende cada rincón del cuarto. La luz del Sol te despeja por completo. Vas en busca de tu móvil y paras a mirar esa foto que siempre ha estado en tu mesita de noche. Ella y tú. Vosotros antes de que ella decidiese que lo adecuado para su relación con otro chico fuese verte menos. Hacía una semana que estábais enfadados. Desbloqueaste la pantalla y... Seguía sin llamarte. Te vistes y descubres un papel escrito encima de tu escritorio. Una tal Susana quiere que la llames. Así que coges tus llaves de la mesa del salón y sales del apartamento. Al abandonar el portal, marcas su número. Y ahí, en un banco, está ella, sola, con la lárgima en la mejilla y el corazón hecho pedazos en el suelo. Susana iba a tener que esperar.

05 noviembre, 2010

Querido Señor Corazón.

Querido Señor Corazón,

Sepa usted que he decidido no volver a llorar nunca más por culpa suya. No voy a pedirle que deje de sentir lo que siente. Es obvio que no puede. Mientras tanto, mientras el dolor se apaga en su interior, me veo obligada a pedirle, de rodillas, si lo cree necesario, que debe abandonar el apartamento que le alquilé nada más nacer. Sé que suena precipitado y absurdo, además de estúpido, pero debo admitir la necesidad de dormir durante una noche entera sin tener considerables pesadillas. Siento decírselo así, sin tiempo para hacer las maletas y buscar otro piso parecido para alojarse. No lo haría si no lo creyera de suma importancia para mi salud mental. Otra vez, admita mis disculpas por desear arrancarlo de mi casa de esta manera. Por supuesto, no descarto la posibilidad de necesitar su ayuda dentro de poco. Le pediría, si no es aprovecharse en exceso, que no me abandonase del todo. Un saludo.

Maldito dolor.

Me encanta ver cómo el corazón intenta mantener las manos ocupadas en alguna acción, guardando la paciencia que no posee, haciéndose sangrar para que el dolor del alma se sofoque ante uno mayor. Sin embargo, un simple corte en el dedo índice no sirve, y las lágrimas salen del cuerpo con aire desbocado, con prisa por llegar al tobogán de la mejilla sonrosada del que, tiempo atrás, lloró de alegría. Ese llanto ya no sabe dulce, sino amargo, salado, excesivamente triste. El pulmón se remueve en su estrecha cavidad con exagerada agitación, como si intentase el ahogo de la torpe grieta que se abre paso en el pecho y que se extiende. Ah, maldito dolor.