28 noviembre, 2011

Tú, al otro lado del inmenso mar.

Tu suave voz me llamaba desde la otra parte del mundo. Me extendías la mano, invitándome a meterme en tu vida. Yo estaba en la otra punta del inmenso océano, con unas ganas terribles de aferrarme a las oportunidades que tu sonrisa me brindaba. Nunca imaginé que, en el camino hacia ti, iba a haber tantas zarzas, llenas de espinas que se clavaban en mi piel. Mi corazón empezaba a flaquear, pero vi la orilla. Te vislumbré al final de ese angustioso andar. Todavía quedaba un trozo de calzada por terminar; sin embargo, ya no me importaba mucho. Por que, por fin, sentía cerca tu respiración. Veía tus labios. Tus ojos me miraban como si fueses capaz de dar tu vida por salvarme.

21 noviembre, 2011

Suerte

La suerte controla nuestra vida, la zarandea y la lleva por donde ella quiere. Siempre manda sobre cualquier otro factor que influya en los momentos que vivimos. Tanto en la fortuna como en la desgracia, está metida hasta dentro. Es imposible intentar escapar de ella, porque corre demasiado rápido. Es improbable que ella no te ayude a salir de un apuro, es casi seguro que también te dará un empujón para caer más hondo en el agujero que tú mismo cavaste. Ahora mismo, yo no tengo nada en contra de ella; es más, debería estar agradecida, por lo feliz que ha conseguido que sea con un sólo golpe, con una buena mano, con una excelente jugada. La suerte me llevó a ti.

17 noviembre, 2011

Las luces de mi ciudad

Cuando se hizo de noche en mi pequeño mundo, creí que estaba soñando. Más que nada porque nunca pensé que llegaría ese momento. Caminando por las calles, no encontraba a nadie. Las farolas no daban luz, parecían fundidas, así que daba un poco de miedo pasar entre avenidas vacías. El silencio era aterrador, y mi corazón estaba al borde del desastre. Además, mi mente no encontraba la manera de expresar lo que pensaba con mi boca, así que optó por callarse después de un tiempo. Y... Al final de una gran plaza, un bar, una taverna, con las bombillas funcionando. Me adentré en aquel lugar, sin saber dónde estaba. Llevaba tantas horas andando sin rumbo en la oscuridad que nada me detendría en busca de un poco de luz. Allí estabas tú, sentado en una banqueta, mirando una Coronita con aire distraído. Me miraste y sentí como todas las fuerzas del universo me empujaban hacia ti. Di un paso adelante y sonreiste. Parecía que tú tampoco habías visto a nadie en tu vida desde hacía mucho. Todo fue muy rápido: cómo nos conocimos, cómo empezamos a tenernos cariño. Me besaste o te besé, o qué más da. La cosa es que nuestros labios se juntaron en un minuto de desconcierto y amor infinito. Entonces, me dí cuenta de que todavía podía encender las luces de mi ciudad.

09 noviembre, 2011

Nueve de Abril

Sería mentir si dijese que no me acuerdo de ti todos los días. Quizás no a cada hora, pero sí lo suficiente como para asegurarte que está claro que en mi cabeza está grabado tu nombre. La verdad es que me haces muy feliz, consigues que los domingos merezcan la pena, y las mañanas en la cama. Tú eres lo que nunca pensé que serías en mi vida, alguien que se ha metido hondo, hondo en este estúpido corazón. Tanto que hasta que es el recuerdo de tu sonrisa lo que logra que me despierte de buen humor, y lo que me provoca sueños bonitos. Lo que es curioso, además de todo esto, es que las mariposas que comenzaron a revolotear la noche del nueve de Abril, siguen aquí, en mi estómago, después de siete meses.

07 noviembre, 2011

Besarse con los ojos cerrados.

No me gustaría perder la buena costumbre de besarnos con los ojos cerrados. ¿Sabes por qué? Cuando te doy un beso sin verte, todos mis demás sentidos se acentúan. Siento el latido de tu corazón en mis labios. Soy capaz de oler el suave hedor de tu colonia. En mi lengua, comienza a meterse el sabor de tu boca. Y escucho tu respiración; a veces, apasionada, otras veces, tranquila. Y, sin embargo, lo que más me gusta de todo es abrir los ojos y darme cuenta de que sigues aquí, conmigo, y que, incluso, estoy un poco más enamorada de ti.