14 mayo, 2011

Resaca y carretera.

Siento que no he pisado los frenos, que he acelerado sin pararme a ver si me quedaba gasolina. Llevo en reserva un largo camino y ahora me doy cuenta de que, quizás, debería haberme bajado del coche para pensármelo dos veces. ¿Qué he hecho? No quiero acordarme. La resaca viene después de una noche demasiado larga, cargada de calmantes y Coca-Cola Light.

Egocentrismo

Es hora de empezar una nueva página con un nuevo bolígrafo. Se gastó la tinta del anterior, y las páginas del libro que fui escribiendo se cayeron estrepitosamente de mis manos y fueron a parar a un cajón. No quiero depender de nadie, deseo ser libre y poder hacer lo que quiera sin tener en cuenta cuánto daño hago. Iré rápido y sin parar, sin frenos en esta vida cada vez más lenta. Prometo aprender a vivir sin necesitar a nadie caminando a mi lado. Juro acabar sabiendo que lo único importante soy yo. Voy a aprender el arte del egocentrismo.

Sin ti, estoy muy perdida

No quiero hacer daño a nadie, pero tampoco puedo entregar mi corazón. Él ya no me pertenece. Ha decidido dejarme y quedarse en su verdadero hogar, una casa en la que no está incómodo, en la que puede sentir lo que desea sin miedo. Siento hacer lo imposible por tacharte con nombres para que vuelvas, corazón. Siento obligarte a regresar. Necesito tu ayuda. Sin ti, estoy muy perdida.

Soñar con el verano

Tenía arena pegada por todo el cuerpo, pero me daba igual. Por fin había llegado el olor a playa, el sabor a verano. Llevaba deseando ese momento desde hacía algunos meses, pero nunca lo había imaginado de ese modo. En realidad, había prohibido a mi mente pensar en ello, pues lo que se espera con ansiedad, siempre llega más tarde. Me incorporé. Estaba sola. Supuse que era por la hora y, sin preocuparme, dirigí mis pasos hacia el agua. No me importaba lo más mínimo encontrarme en soledad; es más, quería pasar esos minutos a solas. Sólo me hacía falta una persona. Tomé por improbable que apareciese, pues estaba a seis mil kilómetros de mí, aún cuando nuestros corazones se habían quedado a mitad de camino, en medio del inmenso océano, a su partida. El mar rozó los dedos de mis pies. Una lágrima resbaló por mi sonrisa llena de recuerdos y fue a parar a mi almohada. Era horrible soñar con el verano.

Gracias por hacerme feliz

Cuando estoy contigo, se me olvida todo lo que ha pasado. Me centro en ti, en tu sonrisa, en tus ojos. Has aparecido en mi vida de un día para otro, y la has cambiado por completo. No sé cómo agradecerte todo lo que haces por mí, y menos aún lo que ya has hecho. Mi corazón está lleno de tiritas con tu nombre, en mi cabeza sólo existe tu recuerdo. Gracias por entrar en mi vida sin llamar. Gracias por sorprenderme. Gracias... Por hacerme feliz.

Soy un alma sin dueño

Y me caigo después de mil avisos porque, al parecer, soy incapaz de saber lo que quiero. No lo sé. Por eso no puedo decidirme por esto o por lo otro, elegir una opción. Si supiese hacia dónde voy, te lo diría, se lo gritaría a todo el mundo. Desgraciadamente, soy un alma perdida en el camino de la vida. Soy una sombra que no tiene dueño. Soy un corazón roto que necesita darse un tiempo para reconstruirse y poder estropearse de nuevo.

08 mayo, 2011

Si no te gusta, cámbialo.

Las mujeres tenemos un pequeño gran problema: Insistimos en cambiar al hombre con el que compartimos caricias, pretendemos que sea como nosotras queremos. Sabemos de sobra que, por nosotras, una mujer más en su larga lista, no va a transformarse, ni siquiera un poquito. Pero, cuánto más difícil es un reto, más nos interesa, más nos llama. Nuestra cabeza nos grita: "Vamos, tú puedes quitarle esa manía, tú puedes manejarle, tú puedes marcarle. Tú puedes pasar a ser la mujer de su vida".

04 mayo, 2011

Soñando contigo

Me sorprendí pensando en ti esta mañana. Mientras me despejaba entre las sábanas, sonreí. Había soñado contigo otra noche más. Nos habíamos sentado en el banco de un parque mientras caminábamos en silencio. De repente, nos encontrábamos en media de un bar. Pediste dos vasos de mi zumo preferido, y sonreíste.
-¿Sabes qué? -me susurraste al oído.
Te miré a los ojos y te dí un beso.
-Dime -contesté.
El ruido de la cafetería cada vez tenía más volumen, pero tus palabras sonaron en mi cabeza como si nadie más estuviese en mi sueño:
-Te quiero.
Rozaste, con tus labios, mi pelo y... Desperté. Nunca había tenido un amanecer tan dulce a solas, en mi cama, con tu recuerdo.