29 diciembre, 2010

Nuestra habitación

Me acuerdo de cuando soñaba con estar entre cuatro paredes contigo, con una cama y una luz en la habitación. Entonces, la ceguera aumentaba mis ilusiones y mi imaginación corría veloz hacia aquel sueño estúpido y minimalista. Ahora que tengo el cuarto, no lo quiero. Y no lo quiero porque nos peleamos por la luz. Y también por la cama. El mundo que creamos se nos ha quedado pequeño. Por eso necesitamos comprar una puerta para huir de vez en cuando. Y una mesa, y dos sillas, para comer y discutir en otro sitio distinto, que enzarzarse siempre por lo mismo aburre. Quizás no estemos hechos para nuestra casa de cuatro paredes, una cama y una luz. Lo peor es que tú sigues obtinado en que sí, en que sí podemos sobrevivir encerrados como locos. Por eso discutimos en este momento, porque yo quiero traer una puerta a casa y tú no quieres ni oír hablar de ello. Bueno, por lo menos hemos variado y el tema no es que nos rozamos en la cama o que queremos encendida o apagada la luz.

19 diciembre, 2010

Navidad

El Sol brillaba a través de la ventana, entre las cortinas. Un piano sonaba. Quizás el vecino de abajo había decidido comprarse uno para darse el gusto esta Navidad. No tocaba atropelladamente, sino fluido, con arte, como si tuviese el piano desde hacía mucho. Puede que yo no hubiese estado tan en silencio como entonces lo estaba. Cada nota se me clavaba en el pecho como una aguja de hielo. Afortunadamente, dejaron de tocar al minuto y medio. Me aproximé al árbol artificial que había plantado en una esquina, con lo que, entonces pensé, era demasiada decoración. Apagué las luces que tenía y me senté en el suelo. Me puse a contar las bolas que llevaba, pero rechacé la idea al poco tiempo de empezar. Así era yo. Nunca terminaba nada. Sólo había logrado finalizar la decoración de ese árbol, y me di cuenta, mientras lo miraba, que había sido un fracaso. Me había encaprichado con tantos adornos que, al final, había sobrecargado el pequeño árbol. Regresó la música al salón y me incorporé. Fui a por un café y, al darme cuenta de que tú no estabas ya desde hacía... Tantos días, me redirigí a la esquina y comencé a quitar la Navidad de mi vida.

14 diciembre, 2010

Alba Vidal Arce

Es de esas personas que te hacen sonreír sin ni siquiera buscarlo. Tratar de explicar el efecto que tiene sobre mi estado de ánimo es como intentar hacer comprender un concepto de Filosofía cinco minutos antes de un examen. Sólo puede hacerlo ella. Tiene la absurda manía de estresarse, y eso... Me encanta. En realidad, todavía no he encontrado una cosa de ella que no me guste. Es como una buena golosina, en la que el sabor dura poco entre tus brazos y tarda mucho en irse de tu boca. No hace falta decir que tiene los ojos más bonitos del universo. Pero, ahora, no estoy hablando de su físico. Estoy escribiendo sobre sus virtudes, sobre lo que ha hecho en mí, cómo me ha cambiado. Es de las pocas que confía en mí, que me abraza cada vez que me ve un poco sensible y que me tiende su mano sin necesidad de palabras. Eso es. Ella es la clase de chica que está a tu lado y no necesita hablar para hacerte sentir mejor de lo que estabas cuando llegaste a su sonrisa. Me acuerdo de la primera vez que leí el relato que escribiste. Creo que ya te lo mencioné, pero la protagonista siempre me recordó a ti.

No hace falta que yo te lo diga, pero eres fantástica. Y lo mejor es que lo eres veinticuatro horas al día.

Te quiero.

04 diciembre, 2010

He took the light and left me in the dark

Posé mis manos sobre el escritorio y comencé a quitar cosas, cosas que me regalaste, o que me recordaban a ti y a lo que una vez tuvimos. Empecé a pensar que tener esos objetos allí no haría que volvieses, ni tú, ni tus sonrisas. Era hora de recoger las piezas que había recopilado sobre ti y guardarlas debajo de la cama. Me apetecía que regresases. Me hacías falta más que nunca. Pero debía dejarte marchar. Quizás quise meterme en tu vida como yo te había permitido entrar en la mía. Sentía si te había contado demasiados problemas, si te había agobiado con mi egoísmo. Era posible que lo nuestro se hubiese acabado por un simple gesto, o por algo que yo hubiera hecho y que te hubiese molestado. Dejé de darle vueltas, porque ya le había dado demasiadas. Antes de dormir, pensaba en ti, en los días de playa y en los bares. Creía que estabas conmigo una vez más, y que no tenía de qué precouparme, porque ya no estaba sola, habías vuelto. Sin embargo, cogiendo entre mis dedos aquellas cosas, me sentía más sola que nunca, y tú no estabas para decirme lo contrario.