19 diciembre, 2010

Navidad

El Sol brillaba a través de la ventana, entre las cortinas. Un piano sonaba. Quizás el vecino de abajo había decidido comprarse uno para darse el gusto esta Navidad. No tocaba atropelladamente, sino fluido, con arte, como si tuviese el piano desde hacía mucho. Puede que yo no hubiese estado tan en silencio como entonces lo estaba. Cada nota se me clavaba en el pecho como una aguja de hielo. Afortunadamente, dejaron de tocar al minuto y medio. Me aproximé al árbol artificial que había plantado en una esquina, con lo que, entonces pensé, era demasiada decoración. Apagué las luces que tenía y me senté en el suelo. Me puse a contar las bolas que llevaba, pero rechacé la idea al poco tiempo de empezar. Así era yo. Nunca terminaba nada. Sólo había logrado finalizar la decoración de ese árbol, y me di cuenta, mientras lo miraba, que había sido un fracaso. Me había encaprichado con tantos adornos que, al final, había sobrecargado el pequeño árbol. Regresó la música al salón y me incorporé. Fui a por un café y, al darme cuenta de que tú no estabas ya desde hacía... Tantos días, me redirigí a la esquina y comencé a quitar la Navidad de mi vida.

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