03 febrero, 2010

Móviles.

Me levanto e intento encontrarte entre las sábanas. No estás. Mierda. Busco el móvil, miro tus pérdidas y me maldigo por haberme dormido mientras estabas pensando en mí. Finalmente me levanto, voy a desayunar y, cuando la taza está dando vueltas en el microondas, me pongo a pensar en dos tazas, en una cocina perfecta, en que me abrazas por detrás mientras esperamos nuestro cola cao(jaja). Desayuno mientras veo alguna serie adolescente de amores y desamores y, buaaah, entonces vienen las miles de cosas que me has dicho, los diálogos estúpidos que hemos tenido, todo. Me entretengo un rato con el ordenador y tus privados(y rezo porque estés al otro lado). Te pego toques y al final te llamo. Dichoso el día en que puedes venir a la playa conmigo. Esos días no estoy veinticuatro horas sacando el móvil del bolsillo para saber si tengo noticias de ti o si, hoy, te ha apetecido desaparecer de la patalla del chisme éste al que tanto quiero cuando leo tus sms. Si me aburro y estoy en casa, me pongo a leer tus sms, desde el principio. Cuando acaba la tarde y vuelvo a casa, me entretengo mirando al cielo, deseando que estuvieses conmigo. A veces ni enciendo el ordenador, no me apetece. Pero otras, quiero encenderlo, esperar a que te conectes y, yo que se, hablar de cualquier estupidez que no tenga nada que ver con todo esto que parece ser tan irreal. Me voy a la cama. Antes me miro al espejo, y veo todas las veces que has estado delante de él. Conmigo. Promete que en nuestra casa habrá un gran espejo en nuestra habitación. Bueno, cuando llego a la cama.. Mensaje. Te lo envío automáticamente. No sé, es algo raro. Sí, yo y mis rarezas. Cuando por fin cierro los ojos, abrazo fuerte la colcha. Una noche más, me faltas tú.

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