16 enero, 2010

Dirección contraria.

Mientras echo a correr, intento convencerme de que volveré, de que tendré fuerzas para regresar y poder mirarte a los ojos sin pensar en lo que fue de nosotros. Porque nosotros éramos mucho más que algo, lo fuimos todo. Y lo dejamos escapar, como quien permite que el aire corra sin sentirlo. No fue lo correcto, voy pensando. Quizás debería dar la vuelta, sé que él me estará esperando. ¿Por qué mis piernas no van en dirección contraria? Quiero ir allí, a sus brazos, abandonarme otra vez a esa felicidad gratuita y fácil. Mis músculos no paraban de moverse para alejarme de aquello de lo que no podría olvidarme nunca. No, deseo verle, rozarle y besarle, sentir su piel debajo de la mía. Pero mi insistencia en parecer más fuerte de lo que en realidad soy me está llevando lejos, muy lejos, demasiado. Casi ni puedo verle de reojo. Déjame quedarme un rato más con sus labios, con su voz, con sus manos. Yo no estaba buscando este adiós. No quería encontrarlo, ni descubrirlo. A veces, la ignorancia de lo desconocido es mejor para el corazón.

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