22 septiembre, 2010

Adam y Elisabeth: Bailes.

-¿Qué le ocurre, Señorita Linn? -preguntó con cierto aire de broma.
-El problema es que... Llevo noches sin dormir, y mi mente descansa sólo cuando piensa en un estúpido arrogante. No sé qué hacer, porque él no merece la pena, ni siquiera llega a mi altura. Lo único que sabe hacer es bailar. Bailar demasiado cerca, para mi gusto -resumió Elisabeth mientras Adam arrastró sus dedos por la espalda y le acercó a sí, de manera peligrosa, sin decoro alguno.
-Si es el Señor Gill, debo decir que no opino lo mismo en cuanto a su baile extraordinariamente fantástico... -comenzó, con tono sarcástico y una sonrisa torcida en la cara.
-No es el Señor Gill, no es nada prepotente y, además, pisa mi vestido al danzar.
-Entonces, ¿quién es, Señorita Linn? -preguntó.- ¿Una nueva conquista?
Terminó la canción y sus cuerpos quedaron separados. Al hacer la reverencia pertinente, Elisabeth terminó:
-No, no hay nadie que ocupe mi loca cabeza, además de usted, Señor Wright.
Adam cogió su mano y la besó, y añadió:
-Ha sido un verdadero placer haber compartido este baile con usted. Una pena que no tenga toda la noche para continuar en sus brazos.
Los dos se separaron y avanzaron hacia un extremo, y otro, del salón. Se miraron, disimuladamente, durante la velada. Mientras bailaban con otros, charlaban o tomaban un poco, o mucho, champagne.

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