29 junio, 2010

Rouyn-Noranda

Entonces, se dio cuenta de que pertenecía a ese lugar, que siempre debería haber estado allí, rodeada de esa gente maravillosa y aquellos paisajes utópicos que nunca dejaban de ser bellos, ni siquiera para los que lo tenían demasiado visto. Aquel sitio le encantaba porque nadie pretendía ser igual que otro, se regía por sus propias reglas y no por las de los demás. Era su ciudad, su pueblo. Sus alas se replegaban en esos lagos majestuosos y las sonrisas, las miradas de complicidad. Su libertad habitaba ahí, entre abrazos a escondidas y lágrimas que no salían. Y no brotaban no porque no hubiese pena, sino porque sabían que volverían a encontrarse. Sus caminos no se cruzaban ahí y ya está, se unirían más tarde, quizás en ninguno de los dos países. Habría una opción B, y otra C, y, por supuesto, una D. Seguramente, no regresaría; sin embargo, algo le susurraba que esos rostros gritarían al otro lado de la calle con gesto de reconocimiento, en alguna calle, en alguna ciudad. Con suerte, sus pasos la guiarían de nuevo hacia Rouyn-Noranda. 

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