22 marzo, 2010

Locus Amoenus.

Me senté en el prado, que tenía la hierba verde, con miles de margaritas repartidas por él. Toqué una de ellas y se escondió, como si tuviese miedo. Sonreí. El Sol brillaba todavía, aunque ya estuviese desapareciendo por el firmamento dejando un tono rosáceo en el cielo, las nubes comenzaban a adquirir el color de las moras al estar maduras y el viento susurraba una suave melodía, casi consiguiendo que tuviese letra. De mi corazón, salían latidos que se ataban como raíces a la tierra, obligándome a quedarme en esa posición. Esparcí mi vestido blanco por el campo y me quedé mirando fijamente una mariposa que había aparecido de la nada. Aleteaba en contra de la brisa, huyendo de algo que yo aún no había descubierto. Se posó en mi mano cuando se la tendí y me permitió observarla. Era rosa, negra y amarilla, y sus alas eran grandes y onduladas. Detrás de ella, alguien tapó los rayos de luz que quedaban. Me sorprendí y el insecto echó a volar.
-¿Quién eres?-pregunté.
-Quien tú quieras.-me contestó.
Su voz era dulce, como sus rasgos. Tenía los ojos más bonitos que había visto nunca. Se tumbó echando su cabeza encima de mis piernas. Me quedé paralizada, era imposible que fuese tan atrevido, acabábamos de conocernos.
-Sé que piensas que no me conoces -habló después de unos minutos- . Intenta recordar.
-No... -tartamudeé-. No sé quien eres y por qué te tomas tantas confianzas.
-Si no me conoces, entonces, ¿qué haces aquí?
-Estoy aquí porque me gusta este sitio.
-No, estás aquí porque huyes de mí -dijo bajando la mirada hacia sus manos.
-No corro contra ti -continué-. Ni siquiera te conozco.
Se incorporó y me besó. Sus labios se movieron sobre los míos como si ya supieran lo que me gustaba. Me agarró la cara entre sus manos y paró para coger aire.
-¿Qué? -preguntó-. ¿Ahora me conoces?
Suspiré y comencé a temblar. Claro que sabía quien era, claro que estaba escapando de él. Sin embargo, mi corazón sólo deseaba acercarse más, abrazarlo, tocarlo, sentirlo tan cerca que nada volvería a separarlo de mi.
-Te... -titubeé-. Tenía miedo de enamorarme demasiado y de... Perderte tan rápido como te conseguí.

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