07 marzo, 2010

Al otro lado de la pared, tú.

Escucho un ligero ruido al otro lado de la pared. Me extraño, siempre había estado silencioso. Me entra curiosidad, sentimiento que nunca se había molestado en pasar por mí y me sorprende lo fuerte que viene. Me acerco y poso la oreja sobre el muro lleno de colores. Lo único que me había entrado dentro de aquella habitación era la imaginación. La mesa se encuentra tapada por los cuadernos y las hojas escritas por todas partes, dibujadas, hasta tengo una página en la que había intentado describir una página. A la derecha, está la cama, con un bolígrafo abierto encima de una libreta. Había estado escribiendo hasta que oí el ruido extraño fuera. Tengo las pinturas esparcidas por el suelo, aquella noche había decidido darle vida a las paredes. Un golpe. Alguien está golpeando contra lo que sea que hay entre los dos.
-Eh... ¡Eh! ¿Alguien me oye?
Su voz me asusta, hacía tanto que no oía hablar. Parece masculina, pero no me arriesgo a demostrarlo. Me doy la vuelta y camino hacia mis sábanas. Necesito dormir.
-¡Se que estás ahí! ¡Ayer te oí! ¡Te oigo todas las noches, todas y cada una de las noches que lees lo que escribes en alto! ¡Sé que puedes oírme! -continua gritando.
Me paro en seco, había estado espiándome. Aunque no lo quisiera, lo había hecho, había roto mi intimidad. Llevaba oyendo mis relatos tanto tiempo que quizás me conocía más que yo misma.
-¡Sé lo que te hicieron! ¡Sé que estás aquí porque no trataron bien a tu corazón! ¡Hazme caso, yo puedo sacarte de este infierno! -chilla desesperado.
-No es un infierno -susurro.
-Sé que estás encerrada ahí porque piensas que es seguro, que ahí no te harán daño. Déjame ayudarte.
Ha dejado de gritar, pretende convencerme. Me suena su tono, es tan familiar. Me permito caer en los recuerdos, huelo su aroma en uno de ellos, lo he visto alguna vez. Él también me hizo daño.
-No... Sé que me conoces. Sé que soy de los peores, pero nunca quise hacerte daño, siempre te amé todo lo que pude, incluso más. -comienza a explicar.
-Cállate -le ruego-. ¿Por qué me trataste así? Es lo único que quiero saber.
-¿Sabes cuando te gusta tanto una persona que dejas de respirar sólo porque está a tu lado? -me pregunta-. Me asusté, no sabía dónde meterme para escapar de ti. Me estabas quitando la vida porque tú sentías lo mismo, lo sabía, pero no lo demostrabas igual, parecía que dabas mucho menos de lo que recibías. Me dolía tanto el corazón al separarnos que empecé a preocuparme. No me salían lágrimas cuando peleábamos porque pesaban demasiado dentro de mi cuerpo. Perdóname. Por quererte demasiado y por dejarte escapar. Siento no haber sido todo lo que necesitabas a cada momento. Siento no haber podido darte lo que tenía cuando de verdad me lo pedías a gritos. Entiéndeme. Los dos estamos escapando del otro y nos han metido cerca porque saben que no podemos estar separados. Porque oigo tus palabras todavía y, aunque sean duras, me gustan, me revuelven el estómago con las mariposas que me faltaban desde que dejamos de sentirnos.

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