22 marzo, 2010

Entrada 112

Es gracioso. Has cambiado cada maldita parte de mi vida, desde la manera de comer hasta la forma de cruzar la calle, incluso has condicionado mi cerebro. Todas las ideas que estaban dentro de él han desaparecido o han caído en tu orden, el cual consistía en juntar las letras necesarias para formar tu nombre. A veces, me molesta no poder dejar de pensar en ti, porque no estás, porque sé que no haces lo mismo o porque, simplemente, necesito tiempo para mi. A cada movimiento de la manecilla del reloj colgado de la pared de la cocina, ése que tanto te gusta y que dices que era tuyo hasta que mi madre se lo llevó de la tienda, me pregunto qué estoy haciendo mal, qué me pasa, qué me das para tenerme tan loca. Me cuestiono si mi corazón está bien, si tiene suficiente con lo que le entregas, y él me contesta que sí, que todavía no le has hecho el suficiente daño para romperlo y que, así, le basta para sobrevivir el resto de sus días. Me susurra que te echa de menos aún estando a pasos de ti, que ojalá pudiese estrecharse contra ti, contra tu corazón, y fundirse, abandonarse a tus brazos que tienen escritos un para siempre que suena tan bien.

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