25 enero, 2011

Cinco sentidos.

Sabía que entrarías. Conocía tus pasos desde el primer día que decidí no quererte demasiado. Y te dejé, te permití recorrer mi cuerpo, mi corazón, mi mente, pensándome lo suficientemente inteligente como para pararte cuando me estuviese enamorando de nuevo. En realidad, fui bastante idiota y destruí los muros para que tus ojos pasasen una noche en los míos. Brillabas. Te prometo que aquella madrugada tus sonrisas se contaban por millones. Te juro que esa mañana el desayuno me supo a cielo mientras me besabas el hombro, asegurándote de que no iba a levantar vallas entre tú y yo una tarde más. Recuerdo que hacía mucho que no me sentía así, feliz porque tú reías, contenta porque tú estabas alegre, incrédula por descubrir que la felicidad de una persona como tú se limitaba a que recibieran con gusto tus caricias. Desde que me había aconsejado alejarte, había perdido el interés en tus suaves manos y tus susurros, y de repente me vino el olor de tu piel, el tacto de tus dedos andando libremente por mi pelo, la vista de tus labios de cerca, el sonido de tu respiración tranquila, de tu corazón saltando en el pecho, el sabor de tus besos.

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