29 julio, 2010

Tan cerca y tan lejos.

Me aproximé a tu lado y me senté. Como de costumbre, ya no sabía cómo comportarme contigo. Tampoco conocía del todo mi punto de vista dentro del asunto. No quería perderte; sin embargo, no consideraba como una buena opción dejarte esperando a que todo cambiase. No podía darte lo que tú me regalabas con una sonrisa. No era capaz de quererte y amarte de la misma manera que tú lo hacías. Pasé mi mano por la tuya. Me miraste. Me observaste con esos ojos de pena contenida y escondida, recorriendo cada parte de mi cuerpo como si tuvieses miedo a que fuese la última vez que volvieses a verme.
-Estás preciosa hoy -dijiste con la voz rota.
Decidí callarme una vez más y darte un beso. Rocé tus labios y tu corazón comenzó a latir de nuevo, a saltar de alegría, como antes de que me fuese tan lejos. Seguía a kilómetros de ti, pero tú no tenías por qué saberlo.
-¿Y por qué lo dices con esa voz que denota que te cuesta mentir tanto? -te sonreí.

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