13 abril, 2011

Uno de Diciembre, 2008

Me acuerdo de aquella mañana como si hubiese sido ayer. Recuerdo estar muy nerviosa y de haberme cambiado de ropa cincuenta veces por lo menos. Salí con una sonrisa inmensa de casa y me dirigí al instituto con una alegría que pensé que nunca llegaría a ponerme de chaqueta. Sinceramente, las dos primeras horas de clase se me hicieron eternas, en gran parte a que no podía cesar mi nerviosismo. Estaba que me caía de la silla. Entonces, se apagó la luz en el Teatro Concha Espina. Comenzaron nuestras manos a enlazarse y tus labios a buscarme. Mi corazón latía rápido, con expectación. Te acercaste a mi oído y... Se me ha caído. Me lo he cargado todo. Y no estoy precisamente orgullosa de ello. Han sido dos años, dos años y cuatro meses de mi vida en los que he llorado muchísimo y en los que también he reído como nunca lo había hecho. Tú... Tú has sido mi prioridad, mi reto personal. Te convertiste, poco a poco, en la razón de mis lágrimas, pero también en la de mi sonrisa. Tú me has cambaido. Has reordenado mis esquemas. Has logrado mi corazón y... Mi confianza. No sólo has sido mi novio. Has sido mi mejor amigo y mi peor enemigo, mi debilidad y lo que me daba fortaleza, un perfecto romántico y un odioso gilipollas. Podría pasarme días escribiendo lo que has sido, pero creo que te haces a la idea. Y ahora... Ahora ya no estás. No estás porque yo te pedí que te fueras. Tuve que hacerlo y tú no pareces entenderlo. Cuando estés menos dolido, espero que pienses más de una vez en mí, en todo lo que te quise, en lo ciegamente que confiaba en ti, en cómo me porté contigo. Espero que me perdones porque... Creo que no puedes tachar dos años de tu vida del calendario diciendo que todo era mentira. Sabes que no lo era.

1 comentario: