19 febrero, 2011

Water

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Dejé que el agua corriese mientras las lágrimas se secaban sobre mi piel. No era hora de llorar, ni de pensar. Era hora de dejarse llevar, como el agua que se deslizaba y se escondía. Debía permitir que me encendiesen y me apagasen, que me llamasen más en unas zonas que en otras, que me necesitasen para vivir, que tuviesen sed de mí. Pero también tenía que saber que me acabaría porque nadie sería capaz nunca de racionarme para dejar que me renovase. Cerré el grifo. No quería terminar así. No quería que sólo me quedase una gota de toda la cuenca que había formado una vez.

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