-Promete que nunca te irás.
Le abracé y me quedé pensando. ¿Qué debía decirle? Quizás lo que sentía, o lo que creía en ese momento. Estaba obstinada en que lo nuestro era una relación de cuatro días, como las de cualquier adolescente. Pero mi corazón me permitía otra cosa, cada vez que me besaba o me rozaba, o, simplemente, me cogía de la mano para darme fuerzas, consentía un "para siempre" grabado en mi mente. ¿Qué quería decirle? ¿Que él también se quedase? ¿Que me jurase amor eterno? Claro que tenía ganas de pasar mi vida con esos ojos, sin duda alguna duraríamos más de lo esperado para cualquiera de los dos. Y me apetecía, me aseguraba mis alas cuando veía esa sonrisa tan suya de verme tan cerca que casi ni puede respirar. ¿Dejarme llevar? Sí, gracias, con él, a todas partes, a todas horas.
-Voy a estar aquí siempre, contigo, en esta cama, en aquel banco, en otra casa, en un hotel perdido, en una isla inventada, debajo de las sábanas. Donde tú quieras estar, ahí estaré yo.
19 enero, 2010
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