Z no se esperaba esto, y N lo sabía. Llovía y N estaba sentada en un banco, con un paraguas negro tapando sus divertidos ojos. Tenía en las manos un regalo envuelto en flamante papel platedo y, encima, un pastel con una pequeña vela encendida. Z venía chapoteando bajo la lluvia, con el mismo pastel, pero con la vela apagada, y con un regalo plateado. Se tambaleó y N echó a correr hasta ella, haciendo que tanto el paraguas, como el regalo y el pastel se deslizaran por el suelo. La vela dejó de emitir luz, N pasó la mano de Z por el hombro y no la dejó caer.
"Gracias" recitó Z suavemente.
N empezó a preocuparse, la habitual alegría que Z destilaba ya no estaba. No conocía la razón, pero decidió que quien hubiera hecho que la sonrisa de Z muriera, debería pagar. La risa que Z regalaba a N no era aquella que era falsa, sino de verdad. Sin quitar el brazo que Z había pasado por sus hombros, N recogió le paraguas y el regalo del suelo, ya que los dos pasteles no estaban precisamente comestibles. Le entregó a Z el regalo. Respiró hondo y deseó que la gustase.
30 enero, 2010
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