27 abril, 2010
Un mundo sin ti.
El otro día andaba por la calle mientras pensaba, formaba en mi mente ideas de un mundo sin ti. No sería horrible ni espantoso, y mucho menos terrorífico. No sé, me lo imaginaba divertido y alegre, en el que sólo faltabas tú y, a mí, no me importaba. Era una utopía, una ilusión, una burda imagen en mi mente que me permitía ser positiva, lo que siempre habías querido que fuese. Me levantaba por la mañana y no tenía que ver tu cara en la pared, esa sonrisa de niño bueno pegado junto a un montón de recortes de revistas que significaban algo cuando estabas conmigo. Hasta desayunaba algunos días, creyendo que te molestaría que, por fin, te hiciese caso. Pasaba las horas dibujando, con verde, a veces, con marrón también. Comía, poco a poco, saboreando cada comida como si fuese la última, mi abuela deseaba irse a la cama y me gritaba, a diferencia de cuando tú estabas, me callaba, me daba prisa los últimos minutos y la permitía ser libre. Por la tarde, escuchaba música, oía la voz cascada de un Springsteen del que yo me sabía las letras de memoria, ni necesitaba encender el reproductor. Comencé a cruzar la calle por los pasos de cebra y con los semáforos en verde, cesé de pelearme con tus ideas y me dejé caer en tu optimismo y tu preocupación por mi vida cuando renunciaste a reprocharme y entenderme, cuando te olvidaste de mí. Me sentaba por la noche en el borde de la cama, unos segundos, los suficientes para saber que, en todas las horas que había tenido aquel día, no había resistido la tentación de pensar en ti.
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