27 marzo, 2010

Fin de la pelea.

Te dejo marchar, con la esperanza de que no te metas en otra cama y abandones tu olor allí, entra las sábanas de otra. Cada vez tengo más miedo. Temor a no ser lo suficiente o a no darte lo necesario para que te quedes aquí. Igual esto lo estoy fastidiando yo con mis tonterías, con mis desconfianzas y mis reproches. Me preguntas por qué te digo cosas que no tienen sentido. Está bien, no tengo nada que decirte. Desde hace semanas parece que mi cabeza está buscando la manera de alejarte de mí, para que no se te pegue la estupidez, o porque opina que eres malo para mí. Pues bien, creo que, por una vez, estaría genial, tanto como tú, hacerle caso a los gritos de socorro que me mandan mis neuronas. Sin embargo, mi corazón es tan frágil, tan fácil de convencer con palabras bonitas, sobretodo si vienen de tu boca. Sabes que cae rendido a tus pies con cuatro frases colocadas adecuadamente, conoces su movimiento, lo manejas a tu antojo de maravilla, ya ni siquiera te hace falta el manual. Ha tocado la campana, se acabaron los asaltos, alguien ha caído al suelo, ha perdido, pero... ¿Quién?

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