03 febrero, 2010
Como ciegos
Cogió su cara entre esas manazas que lo caracterizaban, la miró con toda la fuerza de sus ojos verdes y sonrió. Era tan odiosamente encantador. No volvería a discutir con él, no merecía la pena. Cuando estábamos tan cerca éramos incapaces de hacer otra cosa que no fuera comernos a besos. Puede que tengan razón, que nos ciegue la pasión.
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