09 agosto, 2011
Te quiero, te adoro, no puedo vivir sin ti.
Sería fácil, demasiado fácil, decirte lo que todos se gritan: Que te quiero, que te adoro o que no puedo vivir sin ti. Podría alargarlo de manera innecesaria, intentando añadir un poco de romanticismo a esas tres frases. No voy a escribir palabras que se puedan borrar, no pienso intentar sacar cada parte de mi corazón para ponerlo en un texto que vas a leer y vas a olvidar. No. Han pasado unos cuantos días, unos cuantos días desde que rocé tus labios. ¿Sabes lo que has hecho desde aquella noche? Has ido llevándote a trozos pequeños mi cariño. Cada vez que venías a buscarme, que me abrazabas para reconfortarme, que me dabas un beso para despedirte, metías en tu bolsillo un poco de mi amor. No lo tienes entero aún, quizás no lo tengas jamás al completo; sin embargo, pareces divertirte montando mi afecto de nuevo en un sitio diferente, en un lugar desconocido para mi. Hazme un favor: No me dejes encontrarlo. Quédatelo. Sé que los "para siempre" no existen, que puede que seamos algo efímero en la vida del otro, pero, por favor, hazme creer que tu sonrisa va a quedarse indefinidamente conmigo. Dime... Dime que me quieres, que me adoras, que no puedes vivir sin mí.
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