18 julio, 2010

Tormenta.

Lo nuestro es comparable a una intensa noche de tormenta. Sonamos tan fuerte como el trueno cuando nuestras voces se alzan e intentamos arreglarlo de la manera más infantil posible. Los relámpagos vienen con tus ojos, con tus preciosos ojos, siempre atentos, siempre cazando mi mirada. Y el rayo nos traspasa cuando nos levantamos a la mañana siguiente, en la oscuridad de mi habitación, o de la tuya. Cuando tengo que separarme de ti para ir a hacer algo tan humano como comer. Cuando, de lo único humano que tengo ganas, es tu piel, tu desnuda y desprotegida piel, que se transforma al roce de mis dedos, que se curva y estremece, que me sonríe a través de tu boca. Adoro la lluvia en la ventana, mientras nuestros cuerpos se buscan y se esconden, mientras tus manos recorren los mechones de mi pelo intentando calmarme en el momento de máxima potencia de nuestra tormenta.

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